La clase política argentina necesita serenarse. Lo necesita el Gobierno y la oposición también. No se puede vivir este frenesí constante mientras la calidad de vida de los argentinos se deprime día tras día. La sociedad en su conjunto exige soluciones. Para eso se acerca cada dos años a votar. Con la expectativa de que la recuperación económica es posible.
El presidente Javier Milei chocó contra “la casta” en apenas dos meses. El ambicioso paquete legislativo, llamado ley “ómnibus”, se fue por la barranca cuando su aprobación en puntos neurálgicos contradecía la base ideológica y política de los mismos legisladores aliados o pseudoaliados. Cedieron un poco, con la aprobación en general de la ley; sin embargo, no fueron más allá, rechazando gran parte del articulado.
No hubo ni facultades delegadas ni privatizaciones ni cambios fiscales. Todo o nada: fue nada. Más de un mes en sesiones extraordinarias solo sirvieron para marcar un límite al Presidente: toda modificación de la legislación vigente requerirá de consenso amplio, caso contrario naufragará.
Milei encontró en Diputados una “oposición amigable” de peronistas federales, pro, radicales y partidos provinciales que no supo convencer de su programa. Negoció hasta donde su concepción ideológica le permitía, a regañadientes. No obstante, antes de contar con una herramienta poco útil para sus fines políticos prefirió mandar el proyecto a comisión y cajonearlo definitivamente.
En las próximas semanas conoceremos las nuevas estrategias legislativas, políticas y económicas de un gobierno que llegó para barrer con “la casta” y ahora la necesita más que nunca para arrancar de vuelta. Todo volvió a foja cero y aún resta saber el destino del famoso DNU.
La política luce empantanada, la economía en decadencia. La población sigue el espectáculo televisivo de los dirigentes; a la par que observa la sangría permanente de sus bolsillos. Nadie tiene previsibilidad en la Argentina de hoy. Nadie sabe qué hacer y hasta dónde hacer. Para los empresarios, invertir es un riesgo alto. Para los trabajadores, gastar resulta un imposible. La inflación destruye cualquier economía.
Ni que hablar si los porcentajes superan las tres cifras. La política no da señales de respuestas y solo el ajuste y la confrontación parecen moneda corriente de estos delicados tiempos. El 92.3% de inflación de los últimos 6 meses parecen no inmutar a una clase dirigente que juega su propio partido, con sus propias miserias, desconociendo las reales urgencias económicas que padece la población.
En términos estrictamente políticos, el Congreso de la Nación tiene una composición variopinta. No representa el 55% de Milei en el balotaje, sino el 36,78% de Sergio Massa; el 29,99% de Javier Milei; el 23,81% de Patricia Bullrich; el 6,73 de Juan Schiaretti; y el 2,7% de Myriam Bregman en las elecciones generales de octubre.
Todos los diputados y senadores tienen la misma legitimidad que el presidente. Ni más, ni menos. La misma. El primer mandatario encuentra en el alto porcentaje de votos en balotaje el escudo con el cual avanzar. Es importante, aunque no suficiente. Todos tienen que ceder, abrir el diálogo. Así, como en la actualidad, el barco no va a ninguna parte.
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